jueves, 4 de noviembre de 2010

Tango de un exilio

 

 

Ahora sé por qué me espanto de esta casa,
de esta ventana ciega que se ahoga cada tarde,
de estas innumerables lunas,
de este lejano aroma de mujer.


Ahora sé por qué mi sangre se detiene,
mi voz se pone hueca,
mis sentidos distorsionan
y se me escapa el alma.


Aquí se levantó un sueño a luz del día,
tuve entre mis manos
su corazón al descubierto
y un gato oscuro que se cobijaba en su pelo.


Aquí se dibujó el espejismo más lúcido,
gocé con su piel rozando mis heridas
mientras el gato esquivo se dormía en su mirada.


En esta casa última donde tenía sus ojos
pequeñas lunas de arroz florecían cada noche,
se quebraban cristales a cada palabra.


A esta casa última donde tenía sus ojos
llegaban caracolas que dejaban las mareas,
acontecían naufragios a cada palabra.




Ya no habrá más paz para esta herida,
ya este viento penetra
hasta donde los huesos se asustan,
ya no cabe tanto dolor enamorado de su sombra,
ya la locura se ha encerrado en un útero.


Debo huir, salvar algún instante,
debo huir más allá de mi memoria
hasta algún lugar en blanco donde no haya lunas.
ni sombras, ni arroz,
ni gatos, ni días.


1 comentario:

  1. Esta poesía me atraviesa el alma, y me deja en ese lugar en blanco que invocas en el final. ¡Bellísimo!

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