sábado, 15 de octubre de 2022

Aves de un territorio astral (la maldición de una paradoja)

 
 
Nota innecesaria pero inevitable: El significado del siguiente texto es irrelevante y carente de sentido, del mismo modo que lo es mucho de lo que escribo, y como casi todo lo que hago en esta vida; en todo caso, la poesía es para mí un vicio que saboreo con placer morboso; una vocación inútil y perversa, más cercana al sentir de un desquiciado que al de un creador. Según mi punto de vista, el sentido literario es incompatible con el de la realidad, con el de la realidad y con el pragmatismo que esta conlleva. Sólo después de comprender este punto de vista, podría el lector adentrarse en mis textos si así aún lo deseara; siendo consciente de que si está perdiendo su tiempo, lo estará perdiendo exclusivamente por su propia voluntad.

Horacio Moschini 


***


Esta es nuestra paradoja, y es también la sutil maldición que nos ha obsequiado el destino.

Qué extraño diría, si esta palabra fuese pertinente, o mejor; qué singular es este vínculo; que nos une y nos aparta, que nos fusiona y que nos define.

Andar y andar buscándonos en cada desencuentro, y finalmente andar encontrándonos para entonces alejarnos. Otra vez intuyo, que es sólo para sostener esta contradicción que nos tenemos mutuamente.

Y nos tenemos mutuamente, pero a la vez, nos vamos encerrando cada vez más en nuestras respectivas jaulitas domésticas. Y así, cada vez más, vamos perdiendo el brillo sagrado, nuestra preciosa luz interior.

Sin duda somos hijos de alguna paradoja primitiva, hechicera y nostálgica... Somos aves de un territorio astral, que durante un tiempo lejano fue nuestro origen, nuestro nido y nuestra cálida morada.

Pero un día infame, y funestamente bíblico; fuimos expulsados de aquella idílica dimensión; y desde entonces, con el castigo de la distancia conjugamos nuestro equilibrio; pero si en algún momento osamos acercarnos, las vísceras del universo comienzan a temblar, y una furtiva pero subyacente manifestación de erotismo nos separa nuevamente.

Dentro de nuestro espacio interpersonal somos planetas virginales que interactúan en órbitas excéntricas, y que evitan la colisión sólo para poder seguir deseándola.

Ciertamente, creo recordar de forma borrosa, un paréntesis en esta paradoja; un tiempo fugaz en el que brillábamos juntos, perdidos entre noches de llovizna en algún lugar de la ciudad; o en un pequeño departamento, que me figuro al fondo de un pasillo; o en un frágil refugio, que ubicamos quizá a la margen de algún rio.
En todo caso, si es que este paréntesis fue real, se trata sólo de una pobre historia no escrita, que nunca ha de ser mencionada; ni mucho menos aún, revivida.



Ay! de esta famélica y quijotesca sinrazón.



Ay! de esta perturbadora conspiración de los hechizos.



Ay! de esta infausta maldición del amor.





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