viernes, 12 de marzo de 2021

Palabras para lo inexpresable

 A mi amigo Julio César Ocanto

In Memoriam

 
 

 

Alabastrejo

nopo sicu salmut icorabae

alitivenso nanuc ipistigola.

 

Nanu sop, nanu aliviesta

nu porsifema talud salimistrano…

 

¡Taka tiromae!

nupud galitoriavi

cucu sinoi narilopendu

catu liporasú salimanuca

 

Teru alabastrejo

noparsifonda tucato

alabastrejo momae pirofisiano

alabastrejo tarsinópito ramulcufero

¡makariput! ¡makariput! ¡makariput! 
 
 
 
 
julio ocanto
 

 

En realidad, el texto anterior fue escrito en la madrugada del 8 de febrero, cinco días antes de su fallecimiento, la mañana del día 13. Ya, todos sus allegados sabíamos que su salud estaba muy deteriorada y que no tenía posibilidades de recuperarse.
 
Escribí ese texto tal vez a modo de conjuro, tal vez con la inútil esperanza de que mis palabras pudieran ayudarlo o tal vez por el egoísmo de no dejarlo ir. Estas palabras me surgieron de forma fluida y espontanea, por supuesto no conozco sus significados, si es que tienen alguno; pero las escribí con un sentimiento de enojo y de rabia contra esa metástasis que en menos de un año se lo estaba terminando de llevar.


***
 

Julio nació en Cañuelas el 18 de octubre de 1961, y en este pueblo pasó sus primeros años hasta que sus padres se mudaron a la localidad de Banfield. Allí ayudaba a su padre, mecánico, que preparaba coches para una escudería, de ahí su afición por las carreras del TC y algunas de Fórmula 1, que seguía todos los domingos.

Su madre, Rosa Casco, hoy docente jubilada, acarrea el inmenso dolor con gran entereza; lo llamaba cariñosamente, El Negro.

Yo lo conocí en el año 1983, cuando los dos trabajábamos en el ferrocarril, a partir de ese momento nunca dejamos de ser amigos. En ese entonces tenía una larga melena, unos pocos años después, decidió raparse, costumbre que mantuvo por el resto de su vida.

El ferrocarril tiene una mística muy especial... Allá por 1983, la época en que ingresamos, cuando la Linea Roca se estaba electrificando, el movimiento de trenes todavía se operaba por señales y enclavamiento mecánico del antiguo sistema inglés, por ejemplo, para dar señal de ingreso a un tren, el señalero debía jalar unas grandes palancas de hierro, lo que requería bastante fuerza. Todos, el jefe de estación, el auxiliar, el señalero, el cambista, el guardabarreras, formábamos parte de ese ecosistema que era cada estación.

Especialmente por las noches, cuando había menos movimiento de trenes, en la amplia cabina de señales de la Estación de Monte Grande, se armaban interminables mateadas, a veces también algún asado, eventos que eran escenario de historias y anécdotas, relatadas generalmente por los más viejos.
 
Aunque no me considero un fanático del ferrocarril, me siento aún parte de esa mística, así como seguramente se consideraba Julio. Lamentablemente en 1995, bajo la presidencia de un señor que no quiero nombrar (dicen que trae mala suerte), a Julio se le impuso el famoso "retiro voluntario obligatorio" en el marco del plan de desmantelamiento de los ferrocarriles nacionales, comenzado por la dictadura y continuado por el patilludo innombrable. Julio siempre guardó con orgullo su gorra de auxiliar de estación. 

En lo extralaboral, compartíamos lecturas y gustos musicales, fuimos juntos a varios conciertos, uno de los que recuerdo fue el de Laurie Anderson en 2005, pero principalmente, a los de Fripp como solista, y los de King Crimson, en 1994, y la última vez en octubre de 2019.
 
Él fue también quien me acercó a la lectura de los libros de Carlos Castaneda.

Durante los años ‘80 y ’90, recorríamos frecuentemente el underground porteño, lugares como Cemento, El Parakultural, Medio Mundo Varieté y antros similares donde conocimos personajes increíbles como Fernando Noy, Batato Barea, Tortonese, Alejandro Urdampilleta, Las Gambas al Ajillo y muchos otros... Fuimos a ver a Los Redondos a un teatrito de San Telmo, cuando muy pocos los conocían, allí estaba además Enrique Symns. Más recientemente, íbamos con frecuencia a escuchar bandas de jazz o a músicos como Luis Salinas, Daniel
Piazzolla, a lugares como Teatro Ensamble, en Banfield o al Teatro Municipal de Lomas de Zamora; básicamente, se puede decir que donde había jazz estaba Julio.
Teníamos ya las entradas para el concierto de Pat Metheny, pero por el comienzo de la pandemia del COVID, el evento se suspendió. Además de estos gustos musicales ochentosos y luego más modernos, Julio escuchaba de tanto en tanto a José Larralde, lo que supongo, remitía a sus años de infancia en Cañuelas.
 
Él tenía como una antena especial para descubrir este tipo de lugares y personas mucho antes de que fueran famosos o tan siquiera conocidos, siempre buscaba su música y sus lecturas entre autores independientes, o entre lo exótico, como su interés por la música ancestral japonesa o el teatro Kabuki. en este sentido, siempre lo consideré mi maestro.
 
Poseía mucho talento como observador, y en mi opinión, una cuestión de respeto excesivo le impedía ser autor.

Fue un gran lector, coleccionista fiel de las publicaciones de “El Porteño” y “Cerdos y Peces”. Amante de los libros, poseía una variada y numerosa colección de obras de autores importantes y variados. Los había de literatura argentina e internacional, pero como en su pequeño departamento no tenía espacio para semejante biblioteca los terminaba guardando hasta en los placares.

Políticamente lo ubico cercano al anarquismo, nunca fue seguidor de ningún partido, recuerdo que muchas veces expresaba que iba a impugnar su voto; bromeaba, "Voy a meter una feta de salame dentro del sobre". 
 
Julio también tenía cierto acercamiento al hermetismo, había leído El Kibalión, de autor anónimo, pero que se le atribuye a William Walker Atkinson.
 
Admiraba a Xul Solar, y siempre se mostró interesado por los dibujos y profecías del artista argentino Benjamín Solari Parravicini.
 
Julio, por sobre todo, era un inconformista, un renegado cultural en el mejor sentido; que se desencantaba pronto de todo, de Los Redondos, de Castaneda, de Robert Fripp, de todo…
Tenía dos guitarras, una de ellas era una Ibanez, un teclado, y muchos pedales de efectos, instrumentos que tocaba muy de vez en cuando; fue discípulo del guitarrista de jazz Jorge García (
Jorge Garcia & Friends), pero como alumno, así como con todo demás, era inconstante, su filosofía era la del no-hacer, y se jactaba de ello al mismo tiempo que, de algún modo, se avergonzaba.

Siempre bromeaba sobre sí mismo, y era tan generoso, que si se lo hubiese pedido, me hubiera prestado hasta su propia casa; fue también el padrino de bautismo de mi hija.

Para hablar de Julio, es imprescindible mencionar a su compañera, Mary Calderón, siempre estuvieron muy unidos hasta que ella falleciera en abril de 2018, este fue para él un golpe muy fuerte.

Cuando se juntaron, a principios de los 80, alquilaron un pequeño departamento interno en la calle Godoy Cruz 450 de la ciudad de Banfield, que los dos habitaron hasta el fin de sus días.
Mary, que había estudiado el profesorado de acordeón, trabajaba en el colegio de médicos de Avellaneda, odiaba su trabajo, veía los negociados millonarios en el que estaban envueltas algunas de sus autoridades. Siempre jugaba al quini con la esperanza de ganar y poder dejar de trabajar. Finalmente le fue otorgada una jubilación por invalidez, aproximadamente en 2016.

Ella era una auténtica "enemiga del rebaño", era, por así decirlo, muy punk, y tenía cierta tendencia autodestructiva. Por suerte siempre conseguía "algo bueno para fumar"... Muchas veces me invitaban y compartíamos esas "sesiones" bebiendo un mezcal (la bebida mejicana con gusanito incluido). Julio contaba que una vez los echaron de Cemento por encontrarlos juntos en el baño, en una "situación indecorosa"...  Todo al mejor estilo Sid & Nancy. Mary llenaba la puerta de la heladera con cartelitos cómicos e ingeniosos, el que siempre recuerdo es el que decía "Colabore con la policía, péguese usted mismo". Ella también gustaba de los libros, aunque sólo leía género de terror. 

No tuvieron hijos, pero adoraron a su único sobrino.

No puedo decir que hayan sido creyentes en el sentido ortodoxo de la palabra, pero en una pequeña mesita Mary había armado un improvisado altar, en él que recuerdo imágenes del Gauchito Gil, del Padre Mario, una Virgen Negra, y otros, que, por ser agnóstico, nunca les presté mucha atención. Los dos, visitaban de tanto en tanto, a curas sanadores.  

Julio tenía, siempre se lo dije, “un karma de enfermero”; sea por cercanía o por no tener un trabajo, pero yo creo que más que nada, por esa bondad heredada de la gente de campo, le tocó cuidar a sus suegros en sus años finales. Más recientemente a Mary hasta su fallecimiento en 2018. Y finalmente a Ana, ex compañera de la secundaria que padecía un cáncer terminal. Todos ellos fueron cuidados con muchísima dedicación.

Del mismo modo cuando él enfermó, hace menos de un año, le toco ser cuidado, y muy bien, por Hugo, allegado, casi pariente de la familia de Mary. También por Patricia, amiga de su madre, que se turnaba con Hugo en los períodos que Julio estuvo hospitalizado.

Temprano, en la mañana del 13 de febrero de 2021, Julio partió de este plano que conocemos, de este fugaz relámpago al que llamamos vida… Desde entonces vive en el corazón de quienes lo hemos amado, su intensa luz nos envuelve y ahora brilla con más fuerza.

 
JULIO; GURÚ ANTISISTEMA, SIEMPRE VAS A ESTAR PRESENTE, TE LO PROMETO.  

 
 
 
 

 
 
 
 
 


 




No hay comentarios:

Publicar un comentario