domingo, 2 de enero de 2022

Tres frente a un espejo

A Jocelyn Romero Umali
A Ana Beltrán



Tres planos se conjugaron por un breve lapso sobre un espejo muy frágil, en algún lugar impreciso de este universo.

La noche del viernes 27 de diciembre de 2002 era calurosa y el clericó ayudaba, en un comienzo me pareció difícil que estos planos se pudieran combinar, pero esa misma noche me di cuenta de que no eran para nada incompatibles.

La Plaza Dorrego, centro cosmológico de San Telmo, nos ofrecía un marco ideal. Los tres planos nos íbamos desplazando, a veces parecíamos cruzarnos, a veces atraernos, a veces repelernos, sin alterar la fluidez ni la armonía en su conjunto; las mesas al aire libre nos aportaban una brisa generosa pero también algo de inquietud; algo parecido a sentirnos expuestos, como si estuviésemos confabulando.

¿Cómo se podría, por ejemplo, interpretar la dimensión simbólica del número tres, en cuanto a la amenaza subversiva que este representa para una institución civil monopolizada durante siglos por el número dos?

La respuesta no tiene importancia ya que un clericó, en una noche de verano, es capaz de anestesiar por un buen rato consideraciones como estas, de las cuales además estábamos muy lejos, porque los tres éramos entonces criaturas pertenecientes al ámbito de la absoluta levedad.

Nuestros planos existenciales se conjugaron esa noche, frente a un espejo que nos devolvía una imagen primitiva y nos transportaba hasta orígenes lejanos. Las interacciones, los cruces, las atracciones se multiplicaron hasta fundirnos en uno solo sin dejar en ningún momento de ser tres.

La superposición de nuestras fuerzas gravitacionales terminó, en muy poco tiempo, provocando la ruptura del espejo y haciendo que cayéramos en tirabuzón hacia la implacable tiranía de la realidad.

Sin embargo, desde aquel encuentro, alguna de las leyes que rigen el universo cambió definitivamente.


Imagen de dominio público perteneciente a S. Hermann & F. Richter



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