Ahora,
que ya no puedo escuchar ciertas voces,
me alejo,
voy tropezando
por las esquinas
de diagonales que conducen a glorietas,
y me adentro ya
en la zona silenciosa
donde hasta los muertos se reúnen con prudencia,
y donde las enredaderas
se asustan de sus propios paredones.

Fotografía, Horacio Moschini
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